La tensión nos consume

¿Quién produce la energía que mi cuerpo consume? La vida necesita energía, consume energía para todos y cada uno de sus movimientos. Es el cuerpo el que produce a través de diversas transformaciones la energía que el mismo consume, si el cuerpo controla la energía, lo controla todo, como así sucede. El movimiento, la emoción, el pensamiento, consumen energía. Si no hay suficiente todos estos procesos se detienen. Un individuo con gran energía tiene una personalidad distinta a otro con escasos recursos energéticos, resulta curioso pensar que nunca consideramos la energía como la base del carácter de las personas y por lo tanto de su acción en el mundo, sin embargo así es; es por ello que no le damos importancia a la tensión corporal, a la incapacidad de respirar de forma adecuada, ni a toda otra serie de factores que afectan a los procesos orgánicos de elaboración conservación y consumo de la preciosa energía corporal.

Caminar, respirar, pensar, consumen energía, más eso no es todo, los seres vivos nos comportamos en ocasiones como si fuéramos máquinas, pero no lo somos, cada movimiento o palabra es la expresión de lo que somos, cuando lo que hago está en relación con lo que deseo hacer, la misma acción es gratificante y productora de vitalidad, este placer orgánico revitaliza el ser que lo experimenta. Cuando cuerpo, intelecto y emoción participan de una actividad que se experimenta como grata para el conjunto, la vitalidad se incrementa, cuando la tensión se cronifica la vitalidad disminuye. Vemos pues la relación directa entre tensión y depresión, entre satisfacción orgánica y vitalidad.

La Relajación no va a solucionar todos los problemas relacionados con la pérdida de energía, tensión e insatisfacción personal, sin embargo se orienta hacía el restablecimiento del flujo de energía del cuerpo en medio de una sociedad que se alimenta de cuerpos, consumiéndolos, reprimiéndolos, proporcionando modelos falsos de cuerpos imposibles, cuya imagen es preciso imitar, incluso por medio de intervenciones quirúrgicas, para adaptarse a lo correcto socialmente; la imagen del cuerpo no debe ser correcta, debe ser la propia, el cuerpo debe ser y estar sano, en una sociedad sumergida en el frenesí de la inseguridad, la tensión y las presiones de todo tipo esto cada vez resulta más complicado. Es un cuerpo orientado a sufrir el que se somete a intervenciones agresivas de todo tipo para encajar en el modelo social de cuerpo valioso. El cuerpo habrá de satisfacer a la mente, y encajar en una armadura estética valorada como apta por el sistema, no hay elección, y si no la hay se establece una tensión que aparece como telón de fondo en todos los pensamientos y actos de la vida.

La relajación nos ayuda a cargarnos de energía, por tanto a ser más resistentes a las emociones negativas y al estrés, nos ayuda a estar presentes en el ahora, mientras que la tensión nos mantiene en el ayer y en el mañana.

Los torturadores nunca buscan la verdad sino acallarla, los cañones se construían del metal de las campanas por necesidad de silenciar su llamada, la tensión permanece no para defendernos sino para esconder nuestra esencia, la personalidad cree necesitar la tensión para establecer su dominio, sin embargo, cuanto más extiende su poder más desdicha acarrea.

Una persona relajada, sin tensiones internas, en sus tejidos gana en todos los sentidos.

1.- Protección del sistema inmunológico. Aumento del rendimiento del sistema defensivo del cuerpo.

2.- Tendencia a un mayor equilibrio homeostático.

3.- Incremento de la salud real y percibida.

4.- Retraso del envejecimiento.

5.- Protección ampliada frente a patologías como hipertensión o infarto.

6.- Mayor facilidad para abandonar hábitos como el consumo del tabaco.

7.- Perspectiva del mundo desde la calma.

8.- Mayor energía. Disminución de las sensaciones de cansancio o agotamiento.

9.- Disminución de la sensación de ansiedad.

10.- Aumento del nivel de atención y concentración.

11.- Mejora de la memoria y del aprendizaje.

12.- Disminución de la sensación de estrés en el trabajo.

13.- Mayor facilidad para la comunicación, empatía.

14.- Incremento de las iniciativas personales.

15.- Disminución del aburrimiento.

16.- Aumento de la imaginación, creatividad.

17.- Aumento de las opciones personales

 

No puedo vivir sin mí

La primera cosa que se nos ocurre hacer con alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de él, escucharlo, procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida y regalarle lo que más quiere en el mundo, llevarle a los lugares que más le agradan, facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y comprensión. Cuando el otro nos quiere hace exactamente lo mismo.

Ahora me pregunto:

¿Por qué no hacer estas cosas con nosotros mismos?

Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mí mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas más fáciles, de regalarme las cosas que me gustan, de buscar comodidad en los lugares donde estoy, de escucharme y comprenderme. De tratarme como trato a los que más quiero.

Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente, mi manera de relacionarme conmigo será complicarme la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.

El mundo actual golpea a la puerta para avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer, sufrir y morir) no solo es mentira, sino que además está malintencionado (les hace el juego a unos comerciantes de almas).

Si hay alguien que debería estar conmigo todo el tiempo, soy yo. Y para poder estar conmigo debo empezar por aceptarme tal como soy. Debo replantear posturas. Porque frente a alguna característica de mí que no me guste hay siempre dos caminos para resolver el problema.

El primero que es el clásico: intentar cambiar.

El segundo es tratar de no detestar esa característica, y permitir que, por sí misma esa condición se modifique.

Para cambiar algo el camino realmente comienza cuando dejo de oponerme.